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sábado, 26 de junio de 2010

Nuestro prado

Edward mira al prado y puede sentir como el aire mueve su cabello y como pega contra su cara y brazos.

Si alguien lo mirara así, diría que está tranquilo y que se ve más hermoso de lo común, pero el sufre, sufre más de lo que alguien haya sufrido jamás, más sin embargo, sufre por la misma razón por la que muchos lloran: amor.

Pero esta vez no es por amor no correspondido o por un rompimiento, es por un amor fugado. Un amor distinto, un amor sin igual. Pero, su Bella ha muerto.

Cuando la conoció se preguntaba:

"¿Podrá un corazón muerto y frío volver a latir?"

Pero 70 años después:

"¿Podrá un corazón muerto y frío volver a morir?"

Venir al prado no había sido buena idea, esto traía "buenos recuerdos".

Como la primera vez que Bella lo vio brillar como un diamante, su primer beso, la primera vez que hicieron el amor, sin duda muchas primeras veces pero esta sería la última.

Sería la última vez que visitaría el prado, la última vez que sentiría a Bella así de cerca, la última vez que pisaría este mundo.

Edward puede recordar perfectamente cada segundo que pasó con Bella, sonríe y una lágrima imposible quiere escapar de sus ojos.

-¡Maldita sea, Bella! ¡No sabes cómo te necesito! –grita lo más fuerte posible con voz entrecortada.

Sabe que su Bella está allí, aunque no la vea, puede oír los latidos frenéticos de su corazón, puede sentir el olor dulzón de su sangre y el roce de las suaves puntas de sus dedos contra las mejillas de Edward.

Edward recuerda cada centímetro de la piel de ella, la piel joven lisa y tersa, y, la piel arrugada, pero igualmente suave. Aunque ella haya cambiado, sus ojos seguían siendo iguales, de un chocolate muy intenso, y eran tan intensos que no podía sacarlos de su mente.

Estaba estúpidamente enamorado y ella ya no estaba, pero en unos momentos el estaría de nuevo a su lado.

Si, si estaba loco, pero ella era la que lo hacía sentir así.

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